sábado, marzo 29, 2014

La rana que vino de Riga y la rana que vino de Liepaja

Érase una vez dos ranas, una que vivía en Riga y otra que vivía en Liepaja. Un día, la rana que vivía en Liepaja decidió ir a Riga para ver cómo era, mientras que la rana de Riga pensó que sería buena idea ir a Liepaja y ver cómo era.

La rana de Liepaja se puso en marcha, saltito a saltito, y poco a poco vio que otra rana saltaba hacia ella.

- ¿De dónde vienes y a dónde vas? - preguntó la rana de Liepaja.
- Vengo de Riga, y voy a Liepaja a ver cómo es. - contestó la rana de Riga.
- Oh, yo vengo de Liepaja, y voy a Riga a ver cómo es.

Empezaron a hablar de su viaje y estuvieron de acuerdo en que les quedaba un largo camino por delante, que tenían mucho miedo de las cigüeñas y que no iba a ser nada fácil saltar sobre los profundos agujeros llenos de agua de las carreteras.

- Mira,- dijo una de ellas - ¿por qué no subimos a esa colina de ahí, nos ponemos a dos patas, nos apoyamos la una en la otra para no caernos, y divisamos qué aspecto tienen Riga y Liepaja desde lo alto? Así no tendremos que cubrir los agotadores kilómetros de una ciudad a otra.

Así lo hicieron. Subieron la colina, se alzaron sobre sus patas traseras tan alto como pudieron, cada una con sus patas delanteras apoyadas en los hombros de la otra, y miraron a lo lejos. Cuando terminaron de mirar, la rana de Riga dijo:
- Oye, hermana, ¡tu ciudad de Liepaja es igualita que mi Riga!
- Sí, ¡y tu Riga es igualita que mi Liepaja! - respondió la rana de Liepaja.
- Pues si es así, no es necesario que continuemos nuestro camino. - decidieron las dos.

Pero lo que las dos ranas habían olvidado es que tenían los ojos en la nuca, por lo que al alzarse como se alzaron, no habían estado mirando hacia lo que se extendía ante de ellas, sino hacia lo que habían dejado atrás.

Y aún hoy en día estas dos pobres ranas no saben que Riga y Liepaja no se parecen en nada.

(Un cuento tradicional Lituano)

sábado, marzo 01, 2014

Viendo a un poeta mirarse al espejo

Busca en su rostro signos de poesía
observándose en todos los espejos
a la caza de algún poético estigma
quizá en forma de lira o soneto
que le diferencie y le distinga
de entre los prosaicos y analfabetos.

Sin encontrar qué hace de él un poeta
se mira con ojos ya acristalados
empieza a dudar, acaso no lo sea,
acaso es un jardinero o soldado,
o realmente es un profesor de escuela
rural donde intenta enseñar inglés
a niños de diez o catorce años
que no acuden limpiamente uniformados para aprender
sino para comer.