Querido departamento de Recursos Humanos
Con el motivo de mis treinta años de vida, les escribo de nuevo una carta para agradecerles que me hayan permitido llegar hasta aquí. Es mucho más lejos de lo que hubiera podido imaginar. De hecho, me sorprende tanto estar aún aquí - cuando podía haberme atropellado un coche, o podía haberme muerto en un accidente de avión, o cuando podía haberme matado mi pareja, o haberme matado yo -, que no podía sino escribirles otra carta.
Sé que mucha gente en este planeta que ustedes dirigen cumple los treinta años, y que sólo soy una más. Sin embargo, se me hincha el corazón de agradecimiento por haber llegado hasta aquí sin rencores, sin haberme amargado el alma, sin haberme desesperanzado. Mi yo de hace quince años no era tan optimista como para haber pensado que sería posible alcanzar este punto en estas condiciones. Si mi yo quinceañera pudiera verme ahora mismo, estoy segura de que se quedaría boquiabierta y me soltaría un "estás de coña, anda ya, tú sueñas".
Pero es que efectivamente soñé, tuve una fortuna en sueños, y la fortuna de hacerlos realidad. Viajar, aprender lenguas, enseñar, escribir, descubrir cosas nuevas cada día. Y en particular, tuve un sueño del cual no era consciente hasta hace muy poco, pero que también cumplí, creo. Hacer de la vida una obra de arte, usar el tiempo y el espacio como colores, pintar formas hermosas con las experiencias, tener una pincelada propia con la personalidad.
Treinta años de vida dan para pintar mucho, pero les reafirmo mi deseo y compromiso de seguir haciendo de vivir una forma de arte lo más bello posible.
Espero que me renueven el contrato para el 2017.