jueves, diciembre 18, 2014

1974, de Bhaskar Chakraborty

১৯৭৪


সত্যি, ইদানীং আত্মহত্যার কথাও ভাবি! নোংরা মশারির নিচে কাগুজ্নাহীন শুয়ে আছি দুমাস তিন মাস। সন্ধে হলেই ঘরের ভিতরে প্রতিদিন হলুদ একটা আলো জ্বলে ওঠে, আর জানায় যে, বেঁচে আছি আমি। ঠোঁট দুটো বোধহয় ফুলতে শুরু করেছে। তবে, মাথাটা থিঙ্ক আছে এখনও। বিছানা থেকে উঠে বারবার আমি নিজের মুখ দেখি আয়নায়। আজকাল একটুও আর কষ্ট পাই না। - একটি মেয়ে, ট্যাক্সির ভেতর গতকাল একা-একা কাঁদছিলো। 


ওগো নীল আকাশ, তুমি আর কীরকম দেখতে চাও আমাকে? অচল দুটো হাত-পা নিয়ে আমি ঘোরাফেরা করি। আমার গোঁফ নেই, গোঁফ রাখার বিন্দুমাত্র ইচ্ছেও নেই আমার। আজকাল ভাবি শুধুই, চামড়ার ভেতরে দিয়ে ছুরি কীভাবে এগিয়ে যায় হাড়ের দিকে - অথবা একটা কার্তুজ, বুকের ভেতর থেকে কীভাবে পথ খোঁজে বেরিয়ে যাওয়ার...। আমার বাবা-মা, আমাকে আর পয়সা-কড়ি দেয় না - ওগো কলকাতা, তুমিও কি আমাকে আর চিনতে পারো না এখন?


আশেপাশে আছে, কিছু-কিছু প্ল্যাস্টিকের মানুষ। প্ল্যাস্টিকের বৌ নিয়ে অনবরতই তারা ঢুকে পড়ছে সিনেমায়।  রাত্রিবেলার খাবারের জন্যে আমি কাকে ধন্যবাদ জানাবো? রাত্রিবেলায় জেগে-থাকার জন্যে আমি কাকে অভিশাপ জানাবো? রাস্তায়, কুকুরে-কুকুরে যুদ্ধ হচ্ছে এখন - আর দুরে, মিটমিট করছে দু একটা নক্ষত্র। যদি ভালো থাকি, আবার ফোন করব কাল বিকেলবেলা - তুমি এখন ঘুরে বেড়াও স্বপ্নের ভেতর, আর আনন্দ করো। 

1974

1
En serio, últimamente es que no dejo de pensar en el suicidio. Me paso dos o tres meses tumbado debajo de una sucia mosquitera, sin sentido alguno. Cada tarde veo como se enciende una luz amarilla en la calle que me hace saber que sigo con vida. Quizás mis labios empiecen a abrirse. Pero, de momento, mi cabeza está bien. Me levanto de la cama y observo mi rostro en el espejo. Hoy en día ya no siento ningún dolor - ayer vi, dentro de un taxi, a una chica sola, llorando.

2
Oh, cielo azul, ¿qué más quieres ver de mí? Deambulo con mis extremidades inmóviles. No llevo bigote, ni tengo ninguna gana de dejarme crecer uno. Hoy en día sólo pienso en una cosa, en cómo atravesar mi piel con un cuchillo hasta llegar a los huesos - o en cómo una bala puede, desde dentro del pecho, encontrar un camino para salir... Padres míos, no me deis ya más dinero - oh, Calcuta, ¿es que ya no me reconoces?

3
Por aquí andan algunos hombres de plástico. Con sus mujeres de plástico entran sin cesar en los cines. ¿A quién daré las gracias cada noche por la cena? ¿A quién maldeciré cada noche por no dejarme dormir? En la calle, unos perros se pelean - y muy lejos, una o dos estrellas agonizan. Si me encuentro bien, volveré a llamarte mañana por la tarde - ahora ve a pasear dentro de tus sueños, y pásatelo bien.

viernes, diciembre 12, 2014

Lo que deseo, de Shakti Chattopadhyay

ইচ্ছে  করে 

ইচ্ছে করে জীবনের জামাকাপড়ের মত যন্ত্রণাগুলোকে 
একে একে নীল সমুদ্রের পারে খুলে রেখে আসি 
তারপর? তারপরে তো লোকালয়ে ডোকার কথা নয়,
                                                      বনবাস -
সেখানে কোনো যন্ত্রণা নেই, গ্রাসাচ্ছাদন, জানলা দরজা,
                                                     তালাচাবি 
তার নামই স্বাধীনতা, তার নামই উন্মুক্তি !


Lo que deseo

Lo que deseo es quitarme los dolores como uno se quita la ropa
uno a uno dejarlos a la orilla del mar azul.
¿Y después? Después, nada de volver entre los hombres,
                                                                           sino exilio, en un bosque -
allí no hay dolor, ni ropa ni sustento, ni ventanas ni puertas,
                                                                   ni candados ni llaves
lo que allí hay se llama liberación, ¡se llama libertad!

jueves, diciembre 11, 2014

Sin prefacio, un poema de Bhaskar Chakraborty

ভূমিকাহীন 

কী খুঁজে বেড়াচ্ছো তুমি সারাদেশ জুড়ে ?
- রুটি, শুধু রুটি। 

দিন নেই রাত নেই ঘুম নেই 

খোঁজা শুধু খোঁজা -

কী খুঁজে বেড়াচ্ছো তুমি সমস্ত জীবন ?
- ভালোবাসা শুধু। 

Sin prefacio

¿Qué has salido a buscar recorriendo todos los países?
- Pan, sólo pan.

Sin día sin noche sin sueño

La búsqueda, sólo existe la búsqueda -

¿Qué has salido a buscar toda tu vida?
- Sólo amor.

miércoles, diciembre 03, 2014

Noche, de Bhaskar Chakraborty

রাত্রি 

কোনো টাইপ -রাইটারের শব্দ নেই এখন - দুএকটা 
ভাঙা গলার স্বর 
ভেসে আসছে ঘরে - এবং রাত্রির আকাশ থেকে 
ঝরে পড়ছে নক্ষত্র , শব্দ নেই , শুধু মানুষ 
মাদুর পেতে শুয়ে রয়েছে বারান্দায় 
                                              মশা মরছে 
বুড়ো হয়ে যাচ্ছি আমি  

Noche

A estas horas no se escucha ya ninguna máquina de escribir
- sólo una o dos voces rotas
fluyen hacia la habitación - y desde el cielo nocturno
cae una estrella, sin hacer ruido, sólo hay un hombre
tendido sobre una esterilla en la terraza
                                                              los mosquitos le pican

y yo estoy envejeciendo.

viernes, noviembre 14, 2014

Poema no. 10 de Saibal Sarkar

অনকেটা ভয়ের মতো। 
নরম ও ভেজা। 
তুমি কোথাও একটা 
দাঁড়িয়ে আছো। 
হয়তো হাজরা মোড়ে। 

সে রকম কোনো ঘুম 
খুঁজে না পেয়ে 
আমিও তোমার জলের পাশে 
দাঁড়িয়ে রয়েছি। 

ডুবে যাবো না ভেসে উঠবো 
সেই ভাবনায় 
জীবন জীবনের থেকেও 
জটিল হয়ে গেছে !

Parece pánico.
Suave y húmedo.
Tú estás de pie
en alguna parte.
Quizá en el cruce de Hazra.

Sin haber podido encontrar
ningún sueño semejante
también yo estoy de pie
cerca de tu agua.

En vez de sumergirme voy a flotar 
en ese pensamiento
la vida es ya más compleja
que la vida.

domingo, noviembre 09, 2014

La línea

Anido en la línea a la izquierda de tu boca
salgo en busca de alimento
desciendo de tu boca hacia tus entrañas
exploro el horizonte interior de tu cuerpo
busco en esa otra línea, monótona y azulada,
las palabras viscerales
los gusanos que llevarme a la boca.

Los trago. Ellos descienden
esófago abajo a explorar mi horizonte interior,
tan monótono
como el tuyo,
tan azulado
como el tuyo,

monótono y azulado.

sábado, noviembre 08, 2014

El temblor del sueño

ঘুম আসেনি আমার কাল 
কেউ বলেছে, আসবে জানলা থেকে 
ভুল বলেছে সে, তোমার হাত
একটা থরথরে ঘুম 
জড়িয়েছে আমার ঘাড়ে।

সকালে আমি উঠতে পারিনি।

Aquella noche, el sueño no llegaba.
Alguien dijo: "entrará por la ventana".
Se equivocó -  tus manos
me envolvieron al cuello
un sueño que temblaba.

A la mañana siguiente, no pude despertarme.


(Escrito originalmente en bengalí. Misterios de las musas)

sábado, octubre 18, 2014

Jibanananda Das


Jibanananda Das (1899-1954) es el segundo poeta bengalí más celebrado después de Tagore. Desde el principio demostró tener un estilo propio, y se hizo pronto famoso por su manera de manipular la sintaxis del bengalí y por sus originales metáforas (ojos - nidos de pájaros). Sus poemas son casi pictóricos pero en escala de grises, absorto en la naturaleza de las estaciones más oscuras del año (hemanta). No escribe sobre los cielos despejados y el sol brillando sobre el paisaje y las flores como hace Tagore, sino que escribe sobre las ratas, los búhos, los murciélagos, y algunos más exóticos como los leones y las cebras, y muchos pájaros; su mundo es el de las sombras y los océanos. Pero ninguno de ellos es un símbolo: son simplemente lo que son, a través de los sentidos, sin intelectualizar ni convertirlos en signos de la presencia de dios. El mundo terrenal del día a día en una ciudad como Calcuta.

Esto fue una total novedad en el mundo de la poesía bengalí. Jibanananda abrió la puerta a nuevas melodías y emociones, puso su foco de atención en cosas a las que nadie antes había prestado atención. En definitiva, fue uno de los pioneros del Modernismo en la literatura bengalí.

En palabras de Buddhadeva Bose (otro poeta bengalí e importante crítico literario): "En la poesía de Jibanananda podemos percibir una lenta evolución desde una melancolía egocéntrica hasta una experiencia de la vida sentida con profundidad". (An acre of green grass, de Buddhadeva Bose)

Aquí os dejo mi primer intento de traducir a Jibanananda Das:

মৃত মাংস



















Carne muerta

Cayó sobre la hierba en círculos, rotas sus alas,
quién le rompió las alas no lo sabe; ¿no podrá

nunca más entrar en su casa en el cielo?
Él no lo sabe; ¿se ha acercado a él una oscuridad
desconocida e invernal? Él no sabe, ay,
que ya no es un pájaro - ni un color - ni un juego

él no lo sabe; no siente celos - ni envidia - el dolor no le deja sentir
ni deseos - ni sueños - sus dos alas han sido arrancadas de cuajo

quiere hacer desaparecer el dolor; una canción de lluvia plateada, el sabor de la luz solar,
empiezan a desaparecer, está desapareciendo el deseo de hacer desaparecer el dolor.

lunes, octubre 13, 2014

Un día, de Shakti Chattopadhyay

Shakti Chattopadhyay (1934-1995)

Sin duda, uno de los grandes de la poesía bengalí. Se le asocia con la llamada Generación Hambrienta que dominó la década de los 60, aunque empezó su carrera como escritor una década antes. Además de ser famoso por su poesía, lo fue también por su bohemio estilo de vida que conmocionaba a la sociedad de la época, y por haber establecido una gran amistad con el poeta americano Allen Ginsberg durante la visita de éste a India.  Su primer libro de poemas, Hay Prem, Hay Noihshobdo (Oh Amor! Oh Silencio!) fue publicado en 1962. Junto a amigo y escritor Sunil Gangopadhyay, Shakti es el poeta más famoso de su generación. Trabajaron juntos en la ya legendaria revista literaria Krittibas, que era y es un punto de referencia en el mundo literario bengalí. Una de sus obras más famosas, ganadora del premio de la Sahitya Akademi (Academia Literaria) de India, es su libro Jete Pari Kintu Keno Jabo (Puedo ir pero, ¿por qué voy a ir?).

Más información en Urhalpool.com

Aquí os dejo la traducción de uno de sus poemas.



Un día

Los hombres solían apreciar el amor de sus congéneres
un día un olor inconfundible se descubrió en la cueva del ermitaño,
el olor de un corazón, ofrecido por un devoto discípulo,
lo aceptábamos agradecidos; ¿por qué hoy el mundo se suicida?
¿Por qué? A sabiendas, acomodados en la indiferencia,
los hombres se esconden como malas hierbas en las profundidades de sus mentes ...
Callados, enjaulados en el ruido, vivos sólo en apariencia,
veo a los hombres correr hacia una sangrienta celebración de la muerte
en fila india, cómo insectos bajo la lluvia, envenenados
o incluso más azules, pálidos, vencidos por la desesperación -
¿hombres? Se les podría llamar así, pero ninguna otra cosa.
Si naciera en mi país el corazón de un niño
lleno de fe, susurraría en sus oídos:
los hombres apreciaban el amor de los hombres
un día.



Gracias a @bhalomanush por pasarme el poema y ayudarme con la traducción.

domingo, octubre 05, 2014

Sólo por la poesía, de Sunil Gangopadhyay

শুধু কবিতার জন্য 

শুধু কবিতার জন্য এই জন্ম, শুধু কবিতার 
জন্য কিচ্ছু খেলা, শুধু কবিতার জন্য একা হিম সন্ধেবেলা 
ভুবন পেরিয়ে আসা, শুধু কবিতার জন্য
অপলক মুখশ্রীর শান্তি এক-ঝলক;
শুধু কবিতার জন্য তুমি নারী, শুধু
কবিতার জন্য এত রক্তপাত, মেঘে গাঙ্গেয় প্রপাত
শুধু কবিতার জন্য আরো দীর্ঘদিন বেঁচে থাকতে লোভ হয় 
মানুষের মত ক্ষভময় বেঁচে থাকা, শুধু কবিতার
জান্ন আমি অমরত্ব তাচ্ছিল্য করেছি। 

Sólo por la poesía

Sólo por la poesía este nacimiento, sólo por la poesía
este breve juego, sólo por la poesía una solitaria y fría tarde
atravesando el universo, sólo por la poesía
el destello de la calma en un rostro inalterable;
sólo por la poesía eres tú mujer, sólo
por la poesía este desangrarse como lluvia de las nubes hijas del Ganges
sólo por la poesía este deseo de sobrevivir un larguísimo día
de sobrevivir como un hombre infeliz, sólo por la poesía
yo he despreciado la inmortalidad.






jueves, octubre 02, 2014

Nuestro barrio, de Himalaya Jana

Publicado en la revista literaria Uttorkal, Octubre 2013

Nuestro barrio (আমাদের পাড়া)

Al bajarme del autobús veo merodear la oscuridad. Tomo la bicicleta aparcada en el stand. A la derecha de la carretera se abre el camino que lleva a mi barrio. Está tan oscuro que parece que no existe ningún camino. La rueda se atasca en un surco. En una curva hago sonar el timbre de la bicicleta. A dos pasos ya no se ve absolutamente nada, así que por si hubiera alguien delante hago sonar el timbre dos veces más. Y dentro de tal oscuridad se escuchan muchos timbres, cercanos y lejanos, se queda en el aire el sonido del timbre, ring-ring, ring-ring... Como si una persona estuviera contestando a otra. A ambos lados del estrecho camino se alzan casas de un piso o dos, alguno que otro bloque de apartamentos a medio construir, altas sombras negras. De entre las construcciones sopla una brisa neblinosa que va recogiendo los ecos de los timbres. En nuestro barrio entra incluso una callejuela desde el cielo. Ladeando el cuello observo cómo unos retazos de nubes de lluvia pasan ululando. Encima de cada nube hay una pequeña linterna que da una luz velada. Como la luz de la luna.

Justo cuando llegué enfrente de mi casa volvió la electricidad. Nuestro barrio empezó a brillar. Dentro de la niebla cayeron los ecos de los timbres, y dentro del cielo todas las linternas.

martes, septiembre 30, 2014

A este lado, a solas, de Sanghamitra Halder

একা এধারে

সুরটি সন্দেহ করে
যথেষ্ট ভুতুম কিনা
ঘরবাড়ি ভেংচি কাটে
তর্কটি জুড়ে দিই গাছে


ফল আসে

A este lado, a solas

La melodía pregunta
si es lo suficientemente fantasmal 
o no.
La casa hace muecas
Cuelgo los argumentos en lo alto de un árbol

Resulta fructífero.

lunes, septiembre 29, 2014

El tren de la noche, de Saibal Sarkar

রাতের ট্রেন শরীর ছেড়ে গেলে 
তোমার চোখের চাওয়া 
পড়ে থাকে দূরের কোনো গ্রামে। 

নিজেকে অলীক রেখে 
যেখান থেকে হাঁটা পথ শুরু,
পশমের সম্ভাবনা সেখানেই 
স্পষ্ট কোনো গান হয়ে 
রয়ে গেছে আমাদের মাঝে।

আর আমরা এখনও চাইছি 
সমস্ত জটিলতা আমাদের 
সহজ একটা পরামর্শ দিক।  

el tren de la noche ha abandonado el cuerpo
en busca de tus ojos
que permanecen en alguna aldea lejana.

La ficción que escondemos dentro
es el principio del camino,
la probabilidad de un abrigo
allí mismo se oye una canción
que se instala entre nosotros.

y todavía deseamos
que todas las dificultades sean nuestras
que lo sencillo sea sólo una indicación.

sábado, septiembre 13, 2014

Volver

Volver es sinónimo de recordar. Más que sinónimos, son hermanos inseparables, siameses que comparten un único corazón, ensanchado para bombear con fuerza la sangre necesaria para sendos cuerpos semánticos.

Volver es ya en sí mismo una repetición, pero además, suele ocurrir que al volver nos vemos obligados a revolver armarios y cajones de cuyo contenido no nos acordamos así como así. Requieren una exploración que nos lleva a un redescubrimiento de lo que un día supimos, pensamos, sentimos y tuvimos. Volver es un ejercicio de memoria, una técnica preventiva contra el Alzheimer.

Dentro de cajones y armarios nos acechan cajas de bombones o de zapatos en las que nuestros recuerdos juegan al escondite. Piedrecitas y conchas recogidas ya no sabemos dónde, pulseras y colgantes que no usamos desde que tenemos uso de razón, chapas, mecheros, bolígrafos sin tinta, tapas de libretas sin hojas, sobre llenos de fotos descolocadas, billetes de tren, avión o autobús, entradas de cine o teatro, llaves que ya no sabemos qué cerraron alguna vez, ni qué abrirán ahora, y en ocasiones, otras cajitas con más recuerdos insospechados, tu pasado desperdigado en matrioskas con formas geométricas. Todo ello proveniente de algún espacio y tiempo que ya no recuerdas pero que te esfuerzas en localizar, exprimiéndote la memoria de rodillas en el suelo, como rezando, con uno de aquellos souvenirs alzado en la mano, con los ojos cerrados para visualizar mejor los detalles de aquel contexto lejano, un pequeño viaje espiritual que se repite con cada piedra, cajita de cerillas, foto de paisaje urbano y abanico roto que nos sorprende desde los cajones.

Eso es sólo el principio. Luego vienen las cartas, cartas viejas, arrugadas, que a cada relectura te envejecen prematuramente al dar cuenta de tu juventud pasada, ingenua, llena de ideales que ya no sabías que tuviste, de los que te olvidaste sin notarlo. Lo peor es que no tienes las tuyas, las de tu puño y letra, sino sólo sus respuestas o las cartas que provocaron una respuesta tuya de la que ya no tienes pruebas, con suerte bocetos de líneas telegráficas, que sin embargo no sabes casar con la carta adecuada ya que en su día no te preocupaste de meterla en el sobre que las originó. Eso, en el mejor de los casos; en la mayoría, ni eso tienes; sólo te queda imaginarte leyéndolas por primera vez, conjurando aquel yo que crees ahora que debió existir, sin estar segura, porque tú eres tú siempre en el presente y no ayer. Pero te esfuerzas en tu papel de maga, intentas evocar qué cuándo dónde y cómo, empezando por un orden lógico que te ayude a enfocar la nebulosa: cuándo recibiste la carta, y dónde la leíste, si la guardaste hasta ir a un parque donde abrirla tranquilamente, o si llena de nervios y emoción no pudiste contenerte y la abriste en el mismísimo ascensor, fallando tres intentos de abrir la puerta de casa por no querer quitar los ojos del papel, cerrándola con el pie como si fuera una pelota de fútbol. O si la llevaste ardiéndote en las manos hasta llegar a tu habitación y tumbarte en la cama a abrirla y devorarla. ¿Te acuerdas?

Quizá sí, ahora que la relees, de rodillas en el suelo, mordiéndote el labio hasta que sangran los recuerdos.

Pero ya no tienen ni pies ni cabeza esas cartas, sólo sangre enmohecida, y tratas de encontrarles sentido, pero como no lo consigues intentas darles uno, acorde no con la tú de entonces, sino con la yo de ahora, que es la que conoces. Y las vas releyendo y reguardando en los sobres y dejándolas como estaban, porque no tienen otro orden que ese desorden, caja dentro de caja dentro de cajón dentro de armario. Y allí seguirán cada vez que vuelvas, porque las guardas, a veces piensas que lo mejor sería quemarlas, pero nunca lo haces, porque si no existieran esas cartas, no podrías ya volver.

martes, septiembre 09, 2014

Los dioses de la luz azul, de Saibal Sarkar

নীল আলোর দেবতারা 
আমার থেকে দুরে সরে গেছে। 
কাত হয়ে আসা একটা রাতে 
তামাটে পোকার মতো নিঃশ্বাস 
ঘিরে আছে বাতাস এখন। 
দেরাজের আড়াল থেকে 
                  পূর্বপুরুষের ছবি 
তোমার ভ্রুকুটির দিকে ঠেলে দিচ্ছে 
                  সমস্ত জলের পৃথিবী। 
আর সাঁতারশিক্ষার মতো 
বহুদুর অবধি কোথাও 
তোমাকে দেখা যাচ্ছে না। 

Los dioses de la luz azul
se han alejado de mí.

Ahora se acerca, inclinada, por la noche,
una respiración como de insecto
alrededor del viento.

Desde su escondite en el cajón
                         la foto de un hombre del Este
empuja hacia el centro de tu frente
                         un mundo de agua.

Y como a quien todavía no sabe nadar
a lo lejos hay un punto
donde ya no se te puede ver.


miércoles, septiembre 03, 2014

Un poema bengalí de Saibal Sarkar

ছাই রঙের একটা সন্ধ্যা থেকে 
বাদবাকি রঙগুলো এখন 
সরিয়ে রাখছি। 
মৃদু বাতাস থেকে বোঝা যাচ্ছে 
ছায়াগুলোর ঠোঁট নড়ছে। 

আমি শুনতে চাইছি 
কিভাবে তুমি 
ছেড়ে চলে যাবে !

বিছানায় বসে থাকার দাগ 
চাদরটা কুঁচকে আছে 
তোমার শরীরের মতো 

এখন একটা ঘর মানে
তোমার উঠে যাওয়ার শুন্যতা 

বহুদিন পরে আমি 
এই শুন্যতা ডাকনাম হবো। 

En un atardecer color ceniza
voy recogiendo los colores
que faltan.

Una suave brisa explica
como se mueven los labios de la sombras.

Quiero escuchar
de qué manera
piensas abandonarme.

La marca de estar sentados en la cama
y la manta arrebujada
como tu cuerpo

ahora
una habitación significa
el vacío de tu marcha

muchos días después
me convertiré en el apodo de ese vacío.

viernes, agosto 15, 2014

Fragmented, by Umashankar Joshi (1956)

I am fragmented - fallen apart -
Like rhythm striving to throb in a poem without metre
Like a pattern trying to emerge upon a man's life canvas
Like bread crumbs in several homes, not yet placed in a beggar's bowl.

Who spoke? The cuckoo?
This babbling of the nightingales in groves,
Nature's cultural programme on the radio -
What have I to do with it?
I feel llike switching it off.
                The first days of spring came, then went.
                I never even knew.

Nature, what can you ever do?
My own nature is all askew
My wholeness - I took it for granted -
I have seen it crumbling to pieces.
Love-image; Hate-image; Fear-image -
The trinity that did much to pull me into shape.

My blood stirred and sang at the thought of you;
My heart was glad with joy to see you;
Missing you, I prayed for death
You were the sought-after of my yearning
                 The Love-image.

You were the poison of passion,
The well of fire seething in the eye's cup,
Exhaling the smoke of a burnt-out heart.
At your touch, the eyelids set, ever-parted
                The Hate-image.

Your corpse-embrace lathered up cold sweat;
The sap of life nearly dried up,
And consciousness drowned in a wail.
You were the naked guileless rhythm of my desire,
                 The Fear-image.

Each one of you stroke to bring me into focus,
Gave me the baptism of Love.
Love, whose fundamentals I have yet to learn
Even so, this life - a dilapidated cart -
Drags on, lumbering rumble tumble -
Look at that fine gentleman
He has yet to learn how to endear himself through love,
He can only love through hate.
            Fine. Where's the time for fighting?
            I'll love you on your own terms.

Here is someone, to me, my second heart,
He smears so many with his own pettiness,
Twists all with his own croockedness.
             But if one could behave better
             Would he ever act like this?

Here is someone who was of late my love
I owe my unique experience to him.
My mind repeated incessantly:
              You cannot make me hate you.
              Does one ever hate a person once loved?

You don't understand the world at all,
They tell me.
Others say: You're just human.

Yes, I am a learner at the feet of a world
That does not believe in worldliness
That does not care to remember the millionaires,
Nor all the many martyrs to success.

It covers the mighty ones
Beneath the ashes of oblivion.
If the world were truly worldly,
Would it at all remember
the poets, the mad lovers, the saints?

Why bother to ask?
Memory? Well, memory is - life.
Will the solid layers of this earth last for ages
and the warmth of the human heart fritter away in vain?
No - this warmth will surely help the sun to keep a little warm;
It shall last in each heart beyond eternity.

Who knows?
Just at this moment
Heartbeats die out one by one;
If only they were infinite.
Amidst the burning scorch of May,
A bus rushes on the bridge.
My eyes, behind dark glasses, were closed, as if in meditation.

And yet the slender Sabarmati -
An innocent deer chasing the mirage of eternity -
Sends up from below its cold sharp blade
Which, piercing the solid bridge,
Renews me for a second with coolness
Before the bus, reaching the bridge end
Falls a fresh prey to the flames of the summer heat.

If only this frail pulse, my heart,
Could do so much. Perhaps it can;
Maybe it cannot -
                Day and night I am torn with pain;
                Struggling to reach and hold the centre, I am worn out.
                Wasting every breath, fragmented;
                I am fragmented.

Chinnabhinna Chum (Fragmented)
(translation by the poet himself from the original Gujarati)


domingo, julio 27, 2014

Poema bengalí: Bhaskar Chakraborty

(Introducción sacada de Kaurab Online English Version, por Aryanil Mukherjee)

La poesía de Bhaskar Chakrabarty (1943-2003) es sinónimo de la romántica melancolía de Calcuta - un alienante aislamiento que sufren tanto los jóvenes como los más mayores, inevitable, un estado de hermosa tristeza, prisión de la que quizá exista una salida, una que lleva, sin embargo, únicamente a un mundo sin poesía. Toda una generación de poetas residentes en Calcuta durante los años 60 y 70 escribieron como él, pero ningún otro fue capaz de dominar la rasa karuna (el sentimiento de la tristeza), la soledad urbana y el desconsuelo sinuoso como Bhaskar. En sus lúcidos poemas en prosa hay un sutil sentimentalismo que reconoce una importante dimensión de la modernidad urbana oriental, que a pesar de ser innata, suele disgustar a la crítica occidental. Desde su viaje Cuando vendrá el invierno, Suparna (Shitkal Kobe Aashbe, Suparna, 1971), su primer libro de poemas, Bhaskar Chakraborty llamó inmediatamente la atención, a menudo celebrado como uno de los mejores poetas de la ciudad. Solitario por naturaleza, se mantuvo apartado, evitando convertirse en el centro de atención durante toda su vida. Bhaskar escribió ocho poemarios y apenas se aventuró en la prosa. Murió de cáncer de pulmón en 2003. 


কে যেন বলল : তুমি রাজধানী ছেড়ে একা সহসাই বার্সিলোনা গেছ।  
'বার্সিলোনা' এ- শব্দটা শুনলেই পিয়ানোর শব্দ মনে পরে।  
কে বজায় ? শোনে কে বা ? এ নিঃসঙ্গতায় 
মায়াবী সোনালী রোদ, রোদ - চশমা,
একা ফুটপাথে তুমি হেঁটে যাচ্ছ, আমিও হাঁটছি একটু পেছনে - পেছনে 

ভাস্কর চক্রবর্তী 

Alguien dijo: te marchaste a Barcelona sola, sin avisar.
"Barcelona". Esta palabra me recuerda al sonido de un piano.
¿Quién lo toca? ¿Y quién escucha? En esta soledad,
un sol dorado deslumbrante, reflejos en las gafas,
tú caminas sola por la acera, y un poco más atrás
yo también estoy caminando.

Bhaskar Chakraborty

sábado, julio 19, 2014

Habitación

La habitación era irregular, como dibujada a mano alzada por un crío de tres años y medio. El techo se inclinaba hacia la ventana, y por todo ello resultaba aún más acogedora. Con carácter.

La escasa decoración era suficiente para hacerse una idea de su habitante. Las paredes eran de gotelé azul. Una de ellas estaba medio cubierta de dibujos coloreados a lápiz y acuarela, mapas de distintos países, y frases incompletas. Unas cortinas de un azul profundo, nocturno, flanqueaban la ventana. Bajo ella, la cama y el escritorio, sobre el que campaba un revoltijo de papelorios y bolígrafos.

En la habitación había una pequeña silla. Me senté en ella, dudando si sería correcto o no sentarme en la cama, que parecía bastante más cómoda que la silla. El respaldo era alto y, como el asiento, de tela acolchada. Los reposabrazos eran un poco bajos para mí, y mis piernas eran un poco largas para la silla. Pero era sorprendentemente cómoda. Me arrebujé un poco en el asiento, tratando de encontrar la mejor postura. El respaldo se adaptaba a mi espalda a la perfección, y me apoyé en él, relajado.

No se oía nada en aquella habitación. Era extraño. Antes de entrar, había habido tanto ruido, tanto barullo en los pasillos, en el viejo ascensor con su puerta de hierro, en la calle antes de entrar, un tráfico terrible de gente y coches de esos de hora punta en lunes cuando todo el mundo va con prisas porque todo el mundo va con retraso. Pero desde que había entrado allí, sólo había silencio. Ni un murmullo. Ni una respiración. Era un silencio profundo. Como el azul de las cortinas.

Las sábanas también son azules, pensé. Quizá sus ojos también fueran azules. No podía recordarlo con exactitud. Todos los colores se habían esfumado de mi lengua. Sólo podía pensar en que no podía pensar en aquel silencio azul.

Entonces, me vine.

miércoles, julio 16, 2014

Viajar

Viaja el viajero para descubrir
lejanas tierras, exóticas costumbres,
nuevos sabores; mas no piensa
en descubrir la verdad, pues ésta
es su casa, la cocina donde la madre
prepara el desayuno, la cama
donde sueña con viajar.

Esto es así hasta que viaja.
Hasta que tropieza en tierras lejanas,
malinterpreta costumbres exóticas,
y enferma con sabores nuevos.

Cuánto desengaño hay en estas calles,
en estas aceras rotas, cuánta claridad
en esta agua sucia,
cuánta verdad en este ruido
que impide dormir.

lunes, junio 16, 2014

Etno(mo)logía


Abejitas y abejorros
en este viejo enjambre
se ajetrean sin trajes
y zumban sin voz;
alados, nunca vuelan.

En cambio, se pasean, se posan, picotean,
apenas pelean, reposan, y repiten.
Puntualmente cada semana
un puñado silencioso
se suicida.

La abeja reina, ajena
a la muerte de sus súbditos,
jalea eslóganes de miel,
atrayendo a otras moscas
 - e incluso cucarachas.

En este viejo enjambre
colmado de panales en ruinas,
con celdas enrejadas, mazmorras
sin luz,
decenas de abejas se suicidan cada semana,
y nadie les enciende siquiera unas velas.


2.36pm Metro: suicide wagon - Same train, twin tragedies 

http://www.telegraphindia.com/1140617/jsp/calcutta/story_18519068.jsp#.U5_KfFR_suo



jueves, junio 12, 2014

El Fallo

Desde su origen en la chispa
prendida está la llama condenada
a la hoguera, culpable de no ser
agua ni piedra, sentenciada
a consumirse consumiendo,
dejando un rastro de humo sin mensaje,
por el que atraídos los mismos
que la juzgaron se acercan, hacen
cola, esperan recibir
calor,
luz.

viernes, mayo 30, 2014

Con claridad

"De la transparencia a la invisibilidad hay un paso", pensó el cristal del escaparate.


sábado, marzo 29, 2014

La rana que vino de Riga y la rana que vino de Liepaja

Érase una vez dos ranas, una que vivía en Riga y otra que vivía en Liepaja. Un día, la rana que vivía en Liepaja decidió ir a Riga para ver cómo era, mientras que la rana de Riga pensó que sería buena idea ir a Liepaja y ver cómo era.

La rana de Liepaja se puso en marcha, saltito a saltito, y poco a poco vio que otra rana saltaba hacia ella.

- ¿De dónde vienes y a dónde vas? - preguntó la rana de Liepaja.
- Vengo de Riga, y voy a Liepaja a ver cómo es. - contestó la rana de Riga.
- Oh, yo vengo de Liepaja, y voy a Riga a ver cómo es.

Empezaron a hablar de su viaje y estuvieron de acuerdo en que les quedaba un largo camino por delante, que tenían mucho miedo de las cigüeñas y que no iba a ser nada fácil saltar sobre los profundos agujeros llenos de agua de las carreteras.

- Mira,- dijo una de ellas - ¿por qué no subimos a esa colina de ahí, nos ponemos a dos patas, nos apoyamos la una en la otra para no caernos, y divisamos qué aspecto tienen Riga y Liepaja desde lo alto? Así no tendremos que cubrir los agotadores kilómetros de una ciudad a otra.

Así lo hicieron. Subieron la colina, se alzaron sobre sus patas traseras tan alto como pudieron, cada una con sus patas delanteras apoyadas en los hombros de la otra, y miraron a lo lejos. Cuando terminaron de mirar, la rana de Riga dijo:
- Oye, hermana, ¡tu ciudad de Liepaja es igualita que mi Riga!
- Sí, ¡y tu Riga es igualita que mi Liepaja! - respondió la rana de Liepaja.
- Pues si es así, no es necesario que continuemos nuestro camino. - decidieron las dos.

Pero lo que las dos ranas habían olvidado es que tenían los ojos en la nuca, por lo que al alzarse como se alzaron, no habían estado mirando hacia lo que se extendía ante de ellas, sino hacia lo que habían dejado atrás.

Y aún hoy en día estas dos pobres ranas no saben que Riga y Liepaja no se parecen en nada.

(Un cuento tradicional Lituano)

sábado, marzo 01, 2014

Viendo a un poeta mirarse al espejo

Busca en su rostro signos de poesía
observándose en todos los espejos
a la caza de algún poético estigma
quizá en forma de lira o soneto
que le diferencie y le distinga
de entre los prosaicos y analfabetos.

Sin encontrar qué hace de él un poeta
se mira con ojos ya acristalados
empieza a dudar, acaso no lo sea,
acaso es un jardinero o soldado,
o realmente es un profesor de escuela
rural donde intenta enseñar inglés
a niños de diez o catorce años
que no acuden limpiamente uniformados para aprender
sino para comer.

domingo, febrero 16, 2014

Ciudades visibles o no

Η Πόλις


Είπες· «Θα πάγω σ’ άλλη γη, θα πάγω σ’ άλλη θάλασσα.
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ’ είν’ η καρδιά μου — σαν νεκρός — θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
Όπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»

Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ’ ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού — μη ελπίζεις—
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Έτσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ’ όλην την γη την χάλασες. 


Kαβάφης


The City

You said: "I will go to another land; I will try another sea, 
another city will turn up, better than this one.
Here everything I do is condemned in advance
and my heart -like a dead man's- lies buried.
How long can my mind remain in this swamp?
Wherever I turn, wherever I look, I gaze
on the ruins of my life here, where I've spent
and botched and wasted so many years."

You will find no new land; you will find no other seas.
This city will follow you. You will wander the same 
streets and grow old in the same neighbourhoods;
your hair will turn white in the same houses.
And you will always arrive in this city. Abandon any hope
of finding another place. No ship, no road can take you there.
For just as you've ruined your life here
in this backwater, you've destroyed it everywhere on earth.

Cavafis (traducción sacada de una edición de Penguin Classics)

viernes, enero 03, 2014

Un cuento

Por aquel entonces yo trabajaba en una empresa de mensajería. No era gran cosa, pero era un trabajo. Ya había llegado a la edad de caducidad de la ilusión. Me agarraba al volante de la pequeña furgoneta y eso me hacía sentir bien.

En el maletero llevaba paquetes y sobres ajenos. Me sentía como un Papa Noel del día a día, sin traje rojo ni barba blanca, pero sí con una lista de nombres y direcciones a los que repartir un poquito de alegría. Prefería pensar que dentro de cada paquete cuidadosamente envuelto había regalos sorpresa y cosas bonitas. Intentaba sonreír al entregar los envíos, al pedir a los destinatarios su firma, incluso cuando me cerraban la puerta en las narices yo sonreía.

Lo peor eran los viernes. Me recordaban que todavía me quedaba el reparto del sábado por la mañana. Me costaba un poco más sonreír los viernes, me agarraba al volante con un poco más de fuerza, pisaba el acelerador un poco más hondo. Habría estrellado la furgoneta contra un muro o un semáforo si no tuviera que pagar los gastos de reparación de mi bolsillo.

Uno de esos terroríficos viernes, parado en un semáforo en rojo, revisé la lista de entregas del día. Eché un vistazo de arriba abajo, para hacerme una idea de la ruta. No eran muchas. La última entrega del día era en la esquina de López Mora con Orense.

Los cláxones de los otros coches me sacaron de mi ensimismamiento. Arranqué.

La casa de la esquina de López Mora con Orense. Muchas veces había pasado yo por allí delante, muchas veces me había quedado mirándola. Era una de esas viejas casas enormes que ya no se construyen. La fachada estaba pintada de un naranja ridículo, a trozos desvaído, a trozos ennegrecido por la humedad y los inviernos. El tejado, de pizarra negra, caía como un puntiagudo sombrero sobre el techo. En la calle, a tres escalones grises de la acera gris, había una gran puerta de madera pintada de negro, como los marcos de las ventanas ceñudas.

Entré y busqué los buzones para comprobar el nombre y el piso. Encontré una larga pared cubierta de buzones del techo al suelo. Un viejo portero me asaltó.
-¿Qué quiere? Aquí no se admite publicidad.
-Vengo a entregar un paquete al 5A.
-Los señores Merino. Sí, están en casa. Tome el primer ascensor a la izquierda.- dijo, indicándome vagamente con la mano hacia el pasillo que se perdía en la penumbra.

Había dos ascensores idénticos, y el pasillo continuaba a lo lejos. Las puertas eran de esas dobles corredizas de hierro, de esas que ya no se fabrican. Eran pesadas. Entré y las cerré. En la pared izquierda había un largo panel con botones y números, números primos del -107 al 107. Pulsé el cinco y el ascensor comenzó a rechinar y traquetear y a moverse lentamente, como un cadáver que se levantara de su tumba.

1, 2, 3, 7, 11... ¿Dónde estaba el quinto? Intenté parar el ascensor pulsando el botón de stop, pulsando el botón del quinto. Intenté abrir la puerta enrejada para que se parase automáticamente, pero el ascensor seguía su ritmo de elefante muerto.

Se paró en el piso 37.

Abrí la puerta y eché un vistazo al pasillo. Un estrecho pasillo con barandillas de madera que se asomaban al vacío. Me entró vértigo. Al fondo, se veía terminar el pasillo y abrirse a otros corredores oscuros, paredes y puertas idénticas.

Regresé dentro, cerré las puertas, y una vez más pulsé el botón número cinco. Con fuerza. El ascensor dio un respingo y renqueó antes de ponerse en marcha nuevamente.

Bajamos. En cada planta se abrían los mismos estrechos pasillos con barandillas de madera, puentes sobre la nada. A lo lejos, mis ojos que se iban acostumbrando a la oscuridad, empezaron a distinguir estrechas escaleras zigzagueantes que se intercalaban en el espacio vacío. Tuve miedo.

Vi pasar el quinto. El ascensor no se paraba. Creo que grité.

El ascensor se paró al fin. Piso menos veintitrés. Quizá estaba acercándome poco a poco. No era el menos treinta y siete. Volví a probar. Esta vez se paró en el diecinueve. Luego en el menos once. Estaba acercándome.

Pero la siguiente se fue hasta el cuarenta y siete.

Bajamos otra vez. El menos trece. No quise arriesgarme más. Subiría por las escaleras. Por las escaleras no podía equivocarme.

Las puertas chirriaron al cerrarlas antes de adentrarme en el pasillo. Busqué el comienzo de las escaleras, estrechas y empinadas. Sólo había un pasamanos a la izquierda. A la derecha se abría un abismo indistinto. Empecé a subir.

Subí lentamente, contando los pisos y las escaleras. Entre piso y piso conté una media de 40 escalones, pero perdía la cuenta con facilidad, ocupado como estaba con intentar no mirar abajo. Agarraba el pasamanos temblequeante con miedo a que se me rompiera. Cuando creí llevar trece plantas, grité llamando al portero, pero no contestó nadie. Todos los pisos eran idénticos, idénticas escaleras, idénticos pasillos, idénticos ascensores.

Había calculado que estaría en el quinto, y dejé de subir. Pero en las puertas las placas decían 11.

Me entró el pánico. ¿Bajar las escaleras? ¿Mirar hacia abajo? No podría resistirlo. Desde la barandilla del pasillo, las escaleras se precipitaban y se desvanecían más allá de lo que yo alcanzaba a ver, entre una neblina que no sabía si era real o era imaginada por el terror que me había sobrevenido.

Aferrado al pasamanos, mirando hacia delante solamente, puse el pie derecho en la escalera de bajada. Luego el izquierdo. Después, el segundo escalón. El tercero. Sentí un viento frío. ¿Niebla y viento dentro de una casa? ¿De dónde salían? Debía ser la imaginación espoleada por el miedo. Respiré hondo y seguí bajando. El noveno escalón. El décimo. ¿Qué clase de casa era esta? ¿Qué clase de personas vivían en ella? Empecé a oír voces. No exactamente voces, sino susurros, empecé a entrever personas en las otras escaleras, subiendo y bajando, pero no me atrevía a desviar la mirada de los escalones, a desestabilizarme, a que me tragara aquella nada.

Veintiuno, veintidós, veintitrés,... Muchos años había pasado por delante de aquella casa. Muchos años había mirado aquella fachada anaranjada. Había tantas ventanas en la casa, ¿cómo podía haber tan poca luz dentro? Treinta. Sólo diez más. Pasaría pronto. Habría bajado un piso. Luego, me faltarían otros seis más. Treinta y nueve. Cuarenta.

Me tiré al suelo del pasillo de un salto. Estaba frío y mi cara ardía. No sé cuánto tiempo estuve así. No podría bajar las escaleras. Prefería los juegos del ascensor. Entré y pulsé con toda mi concentración puesta en el número cinco.

Llegué al quinto. Creo que huí corriendo del ascensor. Ni siquiera cerré la puerta. Pero no importaba, porque volvería enseguida, corriendo también, hasta salir de aquella casa.

Las puertas eran todas idénticas. Miré las placas buscando el quinto A. Encontré el quinto Z, el X, el V, el T... aquello tenía un sentido. Sonreí. Seguí el orden hasta el A, que naturalmente, era la última puerta. Con la misma sonrisa, pulsé el timbre.

No sonó nada.

Pulsé otra vez. Probé a pulsar concentrándome. No escuché ningún timbre. Llamé con la mano varias veces.
-¡Ya voy, ya voy, joder! ¡Un momento! - escuché una voz femenina y un ruido de ropa restregándose contra piel blanca.

Una chica con boca malhumorada me abrió la puerta.
-¿Y se puede saber qué es tan urgente? ¡Qué manera de llamar!
-Traigo un paquete para el señor Merino.
-Vamos, que no es un corazón para su trasplante inmediato.
-Yo no sé lo que contiene el paquete... - mi sonrisa me abandonaba.
-¡Papá! ¡ Para ti!

La chica desapareció de mi vista y en su lugar apareció un hombre transparente.
-Dígame.

Un hombre transparente.

-Dígame. ¿Qué desea?

Boqueé como un pez. Con una mano le alargué el paquete con un pequeño movimiento de mi cabeza, y con la otra, un bolígrafo y mi carpeta con la lista de direcciones.

El hombre transparente recogió el paquete con sus manos transparentes, tomó mi bolígrafo con su mano transparente, mi carpeta con la lista, y firmó con una firma transparente.
-Pase.

El hombre transparente se movió para hacerme paso.
-Pase un momento.

El hombre transparente cerró la puerta tras de mí. Me llevó hasta un salón con paredes pintadas de colores brillantes y un sofá de tres plazas también colorido. El hombre transparente se sentó en el medio. Yo me quedé de pie. Con sus brazos transparentes recostados en el respaldo del sofá, cruzó sus piernas transparentes. Podía ver los colores del sofá a través de él. Pero no podía ver sus ojos. De la transparencia a la invisibilidad hay un paso.

El verano del año en que yo cumplía veinte años, me fui de viaje. Mis padres no querían que fuera, pero fui igualmente, con mi novia, mi mejor amigo y su novia. Nos fuimos los cuatro de viaje en una vieja furgoneta que pertenecía al padre de la novia de mi amigo. Era espaciosa y perfecta para viajar un mes entero por carretera, para alejarnos de la ciudad sin saber de nadie ni de nada, sin necesitar nada, todo entraba en la furgoneta. A veces conducía mi amigo, a veces su novia, a veces yo.

Era la primera vez que hacíamos un viaje solos y libres. Salimos por la mañana temprano; yo me marché de casa todavía al amanecer, antes de que mis padres se despertaran, no quería escuchar más gritos ni reproches. Ni siquiera me llevé las llaves de casa. Me imaginaba que no volvería nunca, que nunca terminaría aquel viaje, que a aquel viaje le seguiría otro y otro después, que las llaves nunca me volverían a hacer falta. Esperé en la calle el resto del tiempo, hasta que nos encontramos todos en la casa de mi amigo Luis. Allí metimos nuestros bultos en el maletero y nos fuimos a desayunar a la estación de autobuses. Salimos corriendo sin pagar. El camarero estaba tan dormido aquella mañana que ni siquiera se dio cuenta.

El primer día conducimos todo seguido. No íbamos a ninguna parte. Era verano y éramos jóvenes y no necesitábamos nada. Evitamos la autopista y nos metimos por las carreteras nacionales, cruzando pueblos y montañas, caminos de cabras y vacas, puentes romanos, valles. Paramos en un bar de carretera a comernos unos bocadillos, que esa vez sí que pagamos, el camarero era fornido y bien despierto, y aquel era su bar, y nosotros teníamos respeto por esa gente que se ha construido su vida a base de su esfuerzo, que trabaja para sí misma. Luego seguimos conduciendo hasta bien entrada la noche. Ya habíamos cruzado a Castilla antes de parar para dormir.

Por la noche hacía frío. Estiramos los sacos y las mantas en el suelo y nos acostamos. Estábamos en medio de algún campo dorado de trigo, parecía que estábamos dentro de un poema de Machado, y recitamos de memoria. No teníamos nada que cenar, pero tampoco sentíamos hambre, y si acaso, nos comíamos las estrellas del cielo con los ojos.

Nunca volvimos a la ciudad.

El hombre transparente volvió hacia mi su cara transparente.
-¿Ha viajado usted así alguna vez? ¿Sin rumbo y sin volver?

El hombre transparente se sacó unas llaves plateadas de los bolsillos de sus pantalones transparentes.
-Tome. Baje al piso menos ciento siete. Allí pregunte por la vieja furgoneta. Me la quedé yo. Ahora, váyase.

En el ascensor, me concentré con todas mis fuerzas en el piso menos ciento siete.

Una luz entró a través del enrejado de las puertas. Era una luz solar que me deslumbró tras tantas horas acostumbrado a la noche de aquella casa. Salí, cubriéndome el rostro con los brazos. Entreveía una luz amarilla y colores verdes y negros. Parpadeé. Delante de mí se extendía el campo de Castilla en toda su ondulación dorada de mediodía. Unos hombres negros grandes como toros estaban allí de pie, esperándome.
-¿Qué desea?
-Vengo a buscar la vieja furgoneta del señor Merino.
-Sígame.

El hombre me llevó a unas caballerizas pintadas de azul y de blanco, sin techo. Puerta tras puerta había habitaciones con coches aparcados. Llegamos a una furgoneta descolorida.
-¿Es esta?

Abrí la puerta con la llave. Me senté en el polvoriento asiento. Olía a cerrado. Abrí las ventanas con la manilla. Metí la llave en el contacto, la giré, y el motor empezó a bramar y retemblar. Puse la primera marcha y pisé el acelerador, atravesando el campo amarillo.